Eduardo Grossman | Fotografias
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Material Sensible

Por Mercedes Pérez Bergliaffa
Septiembre de 2008.

Pollock en Plaza de Mayo, Yves Klein en las chapas de La Boca, Fontana en la pared de un cementerio. Sin olvidar las cuevas de Lascaux sobre el pavimento de avenida Corrientes. Joseph Beuys, los frescos de Mongolia. Greco a la vuelta de la esquina. El ojo sabio de Eduardo Grossman selecciona de la realidad justo lo otro: las emociones explosivas, las de colores, las formas irreconocibles. Restos de obras de arte que están escondidos por detrás y pretenden asomarse.
Pero los secretos sólo se develan a aquellos que saben recibirlos. Esta exhibición lo evidencia.
Deja por un rato, también, Grossman, la figuración y el blanco y negro. O sea que se olvida de su largo oficio de periodista gráfico. Abandonando todo esto, ligero con su nueva herramienta, la lleva, la esconde y la exhibe a la vez…esa camarita digital, la incorporación que, como un apéndice, le va extendiendo las posibilidades a su verdadero órgano de visión: el cerebro.
Mientras las máquinas-ojos de Grossman traducen, cual mecanos, en impulsos nerviosos las ondas de luz que reciben, la camarita digital (intermediaria) selecciona previamente esa traducción y le afina la puntería.
Y claro, cualquier fotógrafo está acostumbrado a ver con tres ojos, los dos propios y el de la cámara, que actúa como un otro ojo de cualquier animal. Por eso ellos siempre llevan puesto un tercer ojo incierto, inubicable, que no pertenece a ninguna especie ni reino.
¿Pero a qué tipo de ojo se parecería este tercero de Grossman? ¿Al de una cebra, al de una mosca o al de un león? ¡No, no! Si hay algo que queda claro en esta exposición que presenta, es que estas visiones que encontró a través de la fotografía, nunca podrían haber sido obtenidas con una cámara símil al ojo de uno de estos animales. Está clarísimo: Grossman encontró estas “fotopinturas” con la ayuda de un tercer ojo parecido a una ameba, un coanocito o un protozoo. Las visiones fantásticas de Grossman se alejan mucho y cada vez más, de la (externa) realidad. De a poco sus fotos se convierten, con la ayuda de su máquina-digital-ameba, en pequeños tesoros internos.

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