Eduardo Grossman | Fotografias
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Retratos 1982

Todo acto de creación conlleva enigmas enraizados en profundidades que escapan a la decisión volitiva del artista. El conocimiento cabal de los instrumentos y técnicas que el creador utiliza, permiten, sin duda, el desarrollo de métodos elaborativos con resultados, generalmente, satisfactorios. Pero nadie, absolutamente nadie, sabe dónde reside ni cómo aplicar esa chispa mágica que convierte un excelente trabajo en una obra de arte. La inspiración, el ángel, el duende, el genio, ese algo misteriosoy sutil, aparece en algunos sin que ellos mismos sepan por qué ni cómo. Así le ha pasado a Eduardo Grossman, este ex estudiante de arquitectura al que la fotografía, a través del periodismo, le ha abierto las no siempre fáciles puertas de la creación. Grossman periodista, es alguien fácilmente perceptible y mensurable, para quien sepa observar y valorar con criterio profesional. Es, y puedo dar fe, un magnífico reportero. Sabe, por instinto natural de periodista, "qué" fotografía hace falta en cada reportaje. Y las concreta hasta el punto de hacerlas parecer un elemento insustituible integrado a la nota. Su trabajo, además, tiene el sello genuino del oficio, pues lo desarrolla tan sencilla y discretamente que suele pasar desapercibido, sin que entrevistado ni entrevistador se distraigan con su presencia activa. Pero Grossman artista es otra cosa. Acaso algo que ni él mismo comprende con claridad, dominado por esos enigmas que fecundan el confuso proceso de la gestación del arte. La obra, de pronto, está allí. Grossman no la explica, no podría, sino que la asume natural y apasionadamente como propia. Alguna vez me dijo que no le interesaba "captar esencias". Y sin embargo, esa rara cualidad está presente en la gestación del arte. La obra, de pronto, está allí. Grossman no la explica, no podría, sino que la asume natural y apasionadamente como propia. Alguna vez me dijo que no le interesaba "captar esencias". Y sin embargo, esa rara cualidad está presente en todos sus retratos. Esa especial sensación, esa totalidad, que cada reporteado me dejó, la encontré siempre en las imágenes de Grossman. Y para no hacer muy extensa la referencia, voy a tomar tres luminosos ejemplos de su actual exposición. La maravillosa explosión de inteligencia que trasunta el retrato de Romero Brest es una perfecta visión del personaje; haría falta un ensayo para lograr la conmovedora expresión combatiente de Atahualpa, con esa guitarra alzada como un fusil, preludiando el canto infatigable de su voz; por último, Adolfo Suárez, "traído" en un viaje sin compromisos en el que gastó muchas palabras pero no dijo nada, ni de su país, ni de la Argentina, ni del mundo. El perfil del Duque hablando, su cigarrillo y el humo que flota, sintetizan el "contenido" de sus expresiones y simbolizan esa "visita". Hay más ejemplos, por supuesto. Pero basta con recorrer la exposición para comprobar que Eduardo Grossman es, además de muy buen periodista, un artista. Y, a pesar de sí mismo, con esencias...

(MONA MONCALWiO - Buenos Aires, 1982

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